Corría el 21 de junio del año 2004. Para la familia Barzola de la localidad de Matheu la vida cotidiana transcurría sin grandes novedades. Hugo, el padre de familia, estaba trabajando en su taller mecánico cerca de la humilde casita que poseen junto a su mujer, Liliana, muy cerca de ruta 25 y calle Saavedra. Todo hacía presumir que iba a ser un día más, pero un hecho inesperado cambiaría sus vidas para siempre: una de las hijas de ambos, Agostina, de 14 años, quien concurría a la escuela del Ymcahuasi, ya había salido del colegio y se aprestaba a cruzar el paso a nivel donde una formación ya había arrancado de la estación del ferrocarril e iba ganando velocidad. Aún hoy no se sabe cómo, ni en que circunstancia, pero la adolescente tuvo un descuido que la hizo acercarse demasiado al paso de convoy, con tanta mala suerte, que uno de los pasamanos de hierro que sobresale de uno de los vagones la impactó de lleno en su cabeza, despidiéndola varios metros, haciéndola caer en una zanja. De repente, todo era desesperación, gritos, histeria. Los compañeros que estaban con ella pedían ayuda desesperadamente: tenía el cráneo abierto, había perdido masa encefálica y su cabeza estaba semi sumergida, inconsciente, tragando agua sucia y barro. El médico del Centro de Salud que la atendió dijo que había muy pocas esperanzas de vida, pero que mientras el corazón latiera, debían seguir adelante intentando salvarla. Hugo y su mujer, confundidos y doloridos no sabían si esto era real o estaban viviendo una pesadilla. Se hizo inminente el traslado a un centro asistencial de mayor complejidad para jugarse una posibilidad, así que se la condujo al Hospital Nacional Prof. A. Posadas, en Capital Federal. Ingresó con un cuadro gravísimo, en estado delicado, casi sin posibilidades. Pero la vida tiene sorpresas. Alguien del nosocomio le alcanza a Hugo, el padre, una estampita de la Virgen de San Nicolás, y le dice que rece. Y este hombre, casi sin fuerzas y abatido por el sufrimiento, se pone a rezar. Puso la imagen en la puerta de su casa (donde todavía hoy se encuentra colgada, descolorida). Las cadenas de oración por parte de los vecinos no tardaron en llegar, con velas, y se repetían diariamente frente a su hogar. Y Agostina, esa noche, resistió, aunque estaba en terapia intensiva, con pronóstico reservado.
Como era de esperar en un pueblo como Matheu, se sumaron comerciantes aportando dinero, amigos que preguntaban cómo podían ayudar a la familia. Todo era solidaridad. Pasaron algunos días, y Agostina seguía con vida, aunque llegó un momento crítico, difícil, definitorio: cómo hacer para recuperar la parte física y psíquica de la adolescente, para que, además de estar con vida, pueda hacer una vida normal. A Liliana, la madre, le fue presentada un joven médico del Hospital Posadas, el Dr. Federico Cóppola, de tan sólo 27 años, especialista en neurocirugía. Se le practicaron, en total, ocho operaciones para reconstruir un cráneo casi destrozado, con la impronta, siempre, de mantener con vida a la paciente. Decidieron colocarle una placa de titanio en el costado del cerebro, partido por el accidente. Allí fue donde los médicos miraban con escepticismo el futuro de la adolescente: “si sobrevive, quedará en una silla de ruedas”, “tal vez no vuelva a caminar”, “es muy probable que pierda el habla y que ya no oiga”, fueron algunas de las frases que los padres debieron escuchar y soportar por parte de los profesionales en este lento camino de la recuperación. De todos modos, hay que reconocer que los médicos y enfermeras de dicho Hospital público y gratuito contuvieron todo el tiempo a la familia. Y hasta hicieron las gestiones para que no tuviera costo la placa de titanio que debieron colocarle en la cabeza, lo cual hubiera sido inalcanzable para los padres.
El día a día de la familia Barzola se hacía imposible de describir con palabras. La madre de la niña se quedó en el nosocomio durante los seis meses que su hija estuvo internada, sin volver un solo instante a su casa, y el padre, yendo y viniendo, para continuar con las tareas de rutina. La vida había dado un vuelco impresionante. Hugo hablaba con la gente del pueblo, les contaba cómo iba todo, cómo estaba su hija, y por la noche… lloraba, lloraba mucho, una mezcla de angustia y desesperación por no saber qué iba a pasar de un momento a otro ni cuánto duraría todo esto, preguntándose porqué… porqué justo le pasó a ellos. De estar en su cuarto cómoda y feliz, su hija pasó a una cama de hospital, inconsciente y alejada de la realidad.
Pero las cadenas de oración nunca pararon. Y habiendo pasado alrededor de cinco meses, salió de terapia intensiva. Y Agostina estaba viva… VIVA! y ahora en la lucha por la vuelta. Quién lo hubiera imaginado… es evidente que esta joven le había ganado a todos los pronósticos desalentadores de los médicos, quienes no encontraron, hasta el día de hoy, una explicación científica a tal fenómeno de recuperación, nadie sabía cómo había podido sobrevivir a tan graves lesiones, nada menos que en su cabeza. El tiempo siguió transcurriendo, hasta que un día le dieron el alta. Seguiría con el tratamiento en su casa… EN SU CASA!. Nadie, jamás, podrá imaginar el día que esta mujercita estuvo otra vez en su hogar, junto a sus padres, sus hermanos, reencontrándose con su habitación, su ropa, su vida. Esto ya era un milagro, “el milagro de Agostina”.
Hasta hubo un gesto por parte de los compañeros de curso de su escuela que realmente eriza la piel: habiendo ya juntado el dinero para irse de viaje de egresados (todo el curso), decidieron que no viajarían, que destinarían ese monto para pagarle a Agostina la fiesta de los 15 años. Y así se hizo. También le regalaron el vestido y los zapatos, y hasta le mandaron un auto de lujo a la puerta de su casa para trasladarla esa noche!. Sumado a ésto, El Club Social y Deportivo Matheu ofreció sin cargo alguno sus instalaciones para la fiesta.
Agostina, hoy, con 26 años. Arriba en la puerta, la imagen de la Virgen de San Nicolás
Hoy, después de 12 años de lucha de toda una familia, con diferentes terapias y rehabilitación logró salir adelante, hablando de manera casi normal, escuchando perfectamente, respondiendo a cada pregunta con una sonrisa…y aunque le costó mucho, decidió retomar sus estudios en la Escuela Media Nº 2 de Matheu, donde, con muy buenas notas, finalizó el colegio secundario. Es cierto que algunas secuelas han quedado: una pequeña parálisis facial, un ojo que no se acomoda del todo, dificultad para viajar, pastillas para tomar de por vida, en fin, a esta altura males menores comparados con el tremendo pasado que vivió. En la actualidad Hugo sigue trabajando y cuando narra esta historia no para de emocionarse, de agradecer a toda esa gente, muchos anónimos, que rezaron junto a su familia, que dieron una mano, pero por sobre todas las cosas, ha comprobado que la fe mueve montañas y no cesa de reconocer que esa imagen de la Virgen de San Nicolás ha iluminado a los médicos para que su hija hoy esté rondando por la casa, compartiendo unos mates con ella, disfrutándola después de tanto martirio. Con 26 años, Agostina es una bella mujer que tiene toda una VIDA por delante, que va a bailar, que va al gimnasio, que venció a la muerte con una fuerza y un espíritu incomparables, dejando en claro que el accidente sufrido en el 2004 ya es sólo un triste recuerdo. Y que la vida, signada por la fe, siempre nos puede dar una segunda oportunidad.-
Junto a su madre, Liliana
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